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Desde finales del siglo pasado el estudio de las emociones ha experimentado un auge en una gran diversidad de campos. Disciplinas como la filosofía, psicología, psiquiatría, neurofisiología, antropología, sociología y economía han vuelto sus miradas hacia las emociones conscientes de que un análisis completo de asuntos como la mente, estados psicológicos y neurofisiológicos, los individuos, sociedades, formas de organizarse y códigos de conducta requieren un examen detallado de los fenómenos afectivos. Una de las principales razones de esta proliferación de investigaciones sobre emociones consiste en cierta insatisfacción por la concepción que tradicionalmente se ha tenido de ellas. Ha sido común pensar que las emociones son fenómenos pasivos que los sujetos padecen y ante los que poco o nada pueden hacer salvo sufrirlos. En estrecha relación con el cuerpo, las emociones se conciben como las sensaciones (por ejemplo de dolor), fenómenos regidos por una causalidad corporal ajena a la vida racional de los sujetos. Esta imagen simplista no permite apreciar el papel que de hecho las emociones desempeñan en la racionalidad del sujeto. La insuficiencia de la imagen tradicional ha derivado en un nuevo acercamiento al estudio de las emociones desde paradigmas teóricos distintos a los usuales, elaborándose nuevas propuestas que las caracterizan de forma distinta, e incluso opuesta, a dicha concepción tradicional. Así, en materias tan diversas como la ética, economía (teoría de juegos) o neurofisiología se ha constatado la relevancia de las emociones en procesos racionales como los de toma de decisiones. Las emociones juegan un papel activo y determinante en los procesos racionales. Parece cierto que la razón sin emoción no es suficiente para decidir. Se están borrando los límites nítidos que tradicionalmente se habían establecido entre sentimiento y razón, o emoción y cognición en términos actuales. A su vez, se está desdibujando la concepción de las emociones como fenómenos pasivos, fuera del control de los sujetos, y se está constatando su naturaleza activa y la responsabilidad que los sujetos tienen de ellas. Pero más allá de este contingente e histórico interés en las emociones, éstas constituyen un objeto de estudio con un gran atractivo propio que justifica su análisis. El acercamiento filosófico al estudio de las emociones que acomete este trabajo, sin perder de vista los conocimientos alcanzados en otras disciplinas como la psicología o la neurofisiología, es una excelente puerta de entrada a cuestiones tradicionales de esta disciplina tales como la naturaleza de los estados y procesos mentales, de la percepción y cognición, su relación con el cuerpo, la intencionalidad, la explicación de los significados o valores del mundo y cómo se constituyen, la relación entre estados mentales y lenguaje, etc. La riqueza que atesoran las emociones se debe a que en ellas convergen toda una serie de elementos de diversa índole que hace atractivo y, al mismo tiempo, complica su análisis. En la constitución de las emociones participan procesos neurofisiológicos, sentimientos o sensaciones conscientes, estados mentales o psicológicos, rasgos del entorno y conducta del agente. La articulación de estos elementos en una visión equitativa y coherente se presenta como el principal reto a afrontar por las diferentes propuestas: ofrecer una visión equilibrada que no privilegie uno de estos elementos en detrimento de los otros y que desdibuje la tarea de alcanzar una imagen completa y equilibrada de las emociones. |