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Los atentados del 11-S vinieron a reafirmar tanto la eficacia como la eficiencia de los atentados suicidas como instrumento de terror, como la letalidad de la combinación avión-piloto suicida que ya demostraron los kamikaze japoneses (Calvo, 2008, p. 17). A partir de entonces, este tipo de acciones no ha hecho más que incrementarse, dado su efectividad. Así, entre 1980 a 2003, se registraron 315 ataques de este índole, mientras que tan solo entre 2004 y 2005 se efectuaron 489 (Hassan, 2008). De tal manera, que hasta este momento se han producido atentados suicidas, en más de 34 países, y 42 han sufrido atentados contra sus intereses en el extranjero. Por tanto, los atentados terroristas se han convertido en un método de guerra contra el ocupante israelí, y luego contra la ONU, en el Líbano en 1982, en Sri Lanka en 1987, en Palestina en 1994, en Turquía en 1995, en Cachemira en 1998, en Chechenia en 2000, en Rusia en 2002 y en Irak en 2003. Después se ha vuelto una técnica terrorista indirecta contra EE.UU. en Kenya y Tanzania en 2001, contra Francia en Pakistán, contra Australia en Indonesia en 2002, entre otras. Además, conforma un procedimiento de guerra civil o religiosa en Arabia Saudita y en Pakistán, y desde 2003 en Irak. Y, actualmente, se han internacionalizado, gracias al atentado contra el World Trade Centre, donde murieron 3053 víctimas. Por tanto, viendo estos datos, no cabe duda de que los atentados suicidas son una de las amenazas a las que tendrá que enfrentarse el siglo XXI, ya que la combinación de terrorismo suicida y armas de destrucción masiva constituyen un coctel letal. ; http://unidadinvestigacion.usta.edu.co |